Crecimos en casas pobladas de personas, transitamos por oficinas y calles donde las multitudes se amontonan. Somos madre, hija, hermana, amiga, novia, esposa, algo de todo eso, poco o nada de todo eso y mucho de otras cosas. Elegir la.soledad es tal ves uno de los grandes privilegios de la vejez. No tener que negociar horarios, salidas, lugares en la casa o el placard. No tener que ser y hacer para otres, salir del encierro de la mirada que nos juzga o la.palabra que nos busca para tener respuesta. Pero a veces la soledad nos elige a nosotras, cuando no queremos, cuando no la buscamos.
Necesitamos entonces crear lazos que nos permitan estar y no estar, buscar cuándo, cómo y con quién queremos estar. Salir de mandatos establecidos de que hay que elegir a alguien para no estar solos.