Todas lo sentimos. Estamos hechas de tiempo. Y las imágenes, frases y metáforas sobre el tiempo para las mujeres y (las mujeres viejas) siempre han sido crueles. Sin ir más lejos, ahí está la figura del “reloj biológico” para apurarnos sobre la maternidad y todo tipo de frases anexas que nos imponen o al menos nos intentan tener determinado destino. El tiempo entonces se nos vuelve en contra. Cruzamos la frontera de la menopausia y más allá parece estar solo el vacío. Un mundo desconocido en el que habitan fantasmas de quienes hasta apenas unos años antes brillaban en colores. Porque, además, es abrupto: la década de los cuarenta es la de la plenitud total, donde nos movemos con todos los focos del hogar, de los medios, de la sociedad, sobre nosotras. Y de pronto todo cambia. En el afuera, pero no en nosotras. Y nadie nos preparó para ese momento, porque de eso no se habla. La menopausia es un secreto, un tabú, una vergüenza que llevamos solas. Cuando por fin logramos que la menstruación no sea tabú, cuando por fin pusimos la menstruación en el debate social, y político, cuando por fin conseguimos que la menstruación no sea una carga, nos llegó la menopausia.