El tiempo de las viejas es ahora

El tiempo de las viejas es ahora

El mercado de trabajo, el mercado del deseo, el mercado en general expulsan a quienes habitan ese largo tiempo de la vejez cuyo comienzo no es claro aunque es cristalino su final: la muerte. Y para las mujeres y para quienes se reconocen en femenino, esa expulsión es aun más cruel y exigente. Porque se puede ser vieja, pero que no se note. Porque ya que sos vieja y te jubilaste, cuidá a tus nietxs o sobrinxs. Porque para ellos es sexy el pelo plateado pero para ellas es desprolijo. Sin embargo, así como cambia el modo de vivir la juventud, la vejez y las viejas también se transforman y empiezan a quitarse los mandatos de encima, a pensarse colectivamente, a querer gozar y no sólo atravesar los últimos, largos años. Porque aunque la vejez es larga, la vida sigue siendo corta y es ahora cuando vale la pena vivirla.

Llega un momento en el que se abre la dimensión de la vejez y empieza la etapa de la vida “que más años dura”. Así la definió Gabriela Cerruti, diputada nacional por el Frente de Todxs, en un video que publicó en su cuenta de Instagram y que en un día sumó más de 100.000 visualizaciones. ¿Qué hacemos las mujeres en esa etapa de la vida? ¿Cómo la vivimos? ¿Cómo la vamos a vivir? ¿Qué haremos para ser felices? ¿Dónde nos vamos a reunir? ¿Qué políticas de Estado vamos a tener? ¿Cómo vamos a cumplir nuestros sueños? Cerruti invita a armar “La revolución de las viejas” porque -con suerte- “tenemos treinta o cuarenta años por delante”. Y eso es mucho tiempo para no registrar qué nos pasa, qué queremos y qué sentimos.

Cuando Viviana, que tiene 54, vio el video de la revolución de las viejas, lo primero que pensó fue: “Yo no me siento vieja, estoy grande sí, pero la vejez es una categoría que aparece después”. Recuerda que con sus amigas más íntimas, la mayoría lesbianas, hablaban de ‘Militancia para salir y un lesbiátrico para vivir’. A los 40 ya imaginaban ese geriátrico de mujeres tortas que solo la aceptaría a ella, como única heterosexual, para no “cagarle” la vida a Azul, su hija y única niña en el grupo de amigas, con los cuidados que requerirían. Ellas mismas tenían que abocarse a madres, padres y mascotas, y eso reducía las salidas y los encuentros. “Hoy, cuando trasnochamos, nos duele todo el cuerpo, se nos hinchan las piernas y estamos con sueño todo el día”, diagnostica Viviana y cuenta que pudo imaginar una vejez diferente a la de su madre gracias a la militancia. “Desde muy joven entendí el camino de la militancia como lo único que me iba a sacar del lugar de encierro y de ama de casa en el que veía a mi vieja”. 

Si de viejas y de revoluciones se trata, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo fueron las primeras que se juntaron para pensar qué hacer y cómo hacerlo, caminando juntas de un modo feminista para pedir por sus hijxs desaparecidxs. Con 45 o 50 años le dieron un vuelco a la vida, se cuidaron entre ellas y se acompañaron entendiendo que en ese cúmulo de cuidados que las mujeres tenemos como mandato debían incluirse. Son ellas a quienes miramos para pensar la vejez, militando y luchando, y siendo muy conscientes del camino que marcaron. 

“Cuidarnos a nosotras mismas y entre nosotras fue un aprendizaje muy intenso y un sentido que le ha dado valor y amor a la vida entre mujeres, entre amigas, entre compañeras, entre hermanas”, puntúa Andrea, feminista y socorrista de más de 50 desde El Bolsón. Las Viejas de la Plaza produjeron incomodidad, se arriesgaron. “Nuestra vida de viejas feministas seguramente va a producir incomodidad, viejas que necesiten viajar solas, viejas que necesiten estar entre ellas, viejas que prioricen otras actividades, otras lecturas, otras salidas. Todo eso nos va a producir una gran comodidad que es la que necesitamos para transitar una vejez otra”. Hay dos premisas del feminismo que guían la vida de Andrea: “Revolucionar los sentidos de algunas experiencias y palabras”, es una. Andrea cuenta que llegar a vieja y ser vieja feminista tiene que ver con estar alertas, y eso se transmite. Su nieta Ema de tres años, de visita en su casa hace pocos días atrás, le avisó: “¡Abuela, abuela está sonando el teléfono del socorro!” La otra premisa que Andrea activa en su militancia es el empecinamiento en correr los límites de lo posible: No aceptar aquello que no se puede cambiar, sino al revés, cambiar aquello que no podemos aceptar, como decía Ángela Davis. “Así corremos también los límites de lo posible para una vida en la vejez, que es la que ha empezado, en mi caso, hace un par de años, y que es contradictorio porque no me parece sentirlo aunque el cuerpo me lo diga”.

En ese sentirnos y cuidarnos a nosotras y entre nosotras, Viviana revela que hay momentos en los que se siente habitada por múltiples mujeres, “una complicidad de habitabilidades dentro mío” dice, y menciona a compañeras docentes que murieron trabajando, a las Madres y Abuelas, a las víctimas de femicidio, a las mujeres que conoce en las marchas. “Eso nos permite seguir vivas y no quedarnos deprimidas en la casa. Creo que si los proyectos que generamos no son feministas estamos en el horno. La marea verde que vino con nuestras hijas nos pasó por encima y a partir de ahí nos fue muy fácil e hicimos propias esas otras luchas”.

Pero así como las infancias no son las mismas para las niñas de clase media que para las niñas de sectores populares, la vejez tampoco es igual para todas. La inserción laboral, por ejemplo, que puede ser un problema para las mujeres de clase media de más de 45 años -“No das con la edad”-, es algo que existe siempre para las mujeres pobres. La psicoanalista Fabiana Rousseaux dice: “Vi el video y sentí alguna contradicción porque estas son cuestiones que nos permitimos las mujeres de ciertas clases sociales, más ‘intelectualosas’. Pero al despejar la cuestión de clase que se juega es verdad que hay algo del proceso subjetivo que es bastante común en muchas mujeres: se sienten desechadas o invisibilizadas. Aparece ese sentimiento. Lo que pasa es que las mujeres de sectores populares tienen un rol social muy importante y que conocen bien. Ellas son las que sostienen en muchos casos a sus familias, a sus hijos, hijas, nietos y nietas, y no tienen contradicciones con ciertas cosas, por ejemplo, con el lugar de la abuelidad, que en los sectores medios y medios altos es más complejo”.

Debatirse entre canas sí canas no, transitar la menopausia con calores o seguir pensando en los anticonceptivos, dormir menos horas, engordar, dolor de articulaciones, fatiga, jubilarse en caso de que exista un trabajo formal, muertes y nacimientos. Con ciertos privilegios surgen otras disyuntivas y el debate puede estar entre amigarse con las arrugas o invertir en botox para un rostro que disimule las líneas de expresión. Alejandra, traductora de alemán, 48 años, escribe desde Austria por WhatsApp: “Intentar dejarse las canas, sí, pero que sea con un corte piola, asimétrico y ‘juvenil’. O bancarse ser objeto de debates y opiniones no solicitadas. Y la estocada más lapidaria viene del bando propio: la madre, que tras la derrota de la voluntad en tonos de grises comenta aliviada que ‘así es mejor porque me veo mucho más joven’. ¿Para quién? ¿Para qué? Los comentarios más desaprobatorios frente a las canas son pronunciados (curiosamente) por las congéneres: ¿desertora de la industria de la juventud? El espejo devuelve la imagen inexorable del paso del tiempo, sí, ¿y qué?»

“Es el momento de la revolución de las viejas”, dice la psicoanalista feminista Diana Coblier, quien rechaza activamente las imágenes y conductas que se esperan de las viejas y propone deconstruir el modelo de vejez y transformarlo para nosotras, ellos y elles. “El primer paso es denominarnos viejas. Nada de ‘cuarta juventud’ ni de ‘adultas mayores’. Somos las guerreras de la vida que recorrimos caminos difíciles y no para dejarnos seducir con palabras encubridoras”.

Marcela tiene 50 y es profesora de historia. Señala que lograr la felicidad (en cualquier etapa de la vida) implica ciertas condiciones que no todas las mujeres tienen. “No todas tienen la suerte de tener un grupo de amigas, por ejemplo para reírse juntas, tomar mates y charlar, o ir a Chascomús y ponerse una gorra deportiva sin temor al ridículo. Es la primera vez que pienso en este tema y siento que cada una atraviesa además distintas situaciones, económicas, de pareja, etc. Entonces poder compartir esa etapa con otras a veces es posible y a veces no. Por eso, es importante contar con las políticas públicas necesarias para crear espacios donde las mujeres se encuentren. Hayan estudiado o no, sepan hacer alguna manualidad o no. Un lugar para estar con otras y hacerse amigas”. 

Por su trabajo, Fabiana Rousseaux sabe de las depresiones que transitan muchas de esas mujeres de entre 45 y 65 años (las que pueden sostener una terapia) que dicen tener “terror” a la soledad: “Una soledad que la mayoría la vincula a la falta de amor. Que nadie las mire con amor ni con deseo. Que nadie encuentre la sensualidad que da el “deseo de desear”, o incluso la posición decidida que muchas de ellas tienen en su vida -trabajan, mantienen a sus hijxs, se forman, son genias en los temas a los que se dedican- y sin embargo sienten terror a no provocar ese lugar amoroso”. Rousseaux subraya que el ideal de la juventud es fuertísimo para todxs y que el valor erótico que produce la experiencia no es recíproca en relación a las mujeres: “El lugar de deshecho al cual muchas mujeres se sienten denigradas tiene que ver con que en estas sociedades la experiencia de vida, la capacidad de transmisión de saberes, el saber sobre el amor y la vida que la experiencia misma te da, no entran en los modos del deseo y se desvinculan del erotismo”. 

“La gente vive demasiado y es un riesgo para la economía mundial”, se despachó Christine Lagarde, cuando era directora del Fondo Monetario Internacional. Ella, la mujer de rostro híper bronceado y dentadura híper blanqueada, de la que Macri dijo que esperaba que toda la Argentina se enamore. Fue ese amor de Macri, el del ajuste brutal, el que nos dejó sumergidxs en una crisis económica enorme y espantosa que las mujeres pobres sufren muchísimo más, en la que lidiamos con desigualdades de todo tipo y ejercemos las tareas de reproducción que deberían estar remuneradas por el Estado. Rousseaux finaliza: “Pienso que en este plan de revolucionar los lugares alienantes que dañan fuertemente, y siguiendo la revolución de las hijas, podemos escucharlas seriamente. Sería muy liberador poder vivir lo que se viene con toda la pasión, amor, erotismo y solidaridad que sea posible. El mundo feminista que se constituye muchas veces salva a las mujeres”.



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