Vivir bien de Gabriela Cerruti
Quizás hay un dejo de visión un tanto apocalíptica de Buenos Aires, sobre el que no disiento, pero estimo que es un aspecto en el que se insiste demasiado en lo local, cuando en este mundo comunicado y globalizado, nuestra ciudad vive las consecuencias de tendencias y fenómenos mundiales, tal vez con menor intensidad que muchas otras.
Somos la capital de un país del sur, en un mundo en que la mitad de nuestra especie la pasa muy mal y no solo en los países eufemísticamente llamados en vías de desarrollo, sino en las periferias de las ciudades del denominado mundo civilizado. Al mismo tiempo, hay unos pocos que la pasan demasiado bien: unas sesenta personas son dueñas del equivalente a lo que poseen tres mil millones de habitantes del planeta.
Aunque los medios lo disimulen y nos llenen de noticias de otras dimensiones y nos oculten los verdaderos peligros de nuestra vida contemporánea, el inconsciente trabaja y todos sabemos que cada día mueren 24.000 niños cuyas vidas podrían ser salvadas. Ningún ser humano debería ser completamente feliz sabiendo esto, por mucho que practique el negacionismo frente a los crímenes contra la humanidad del presente. Este malestar es inevitable en el mundo que nos toca vivir, cualquiera sea la ubicación geográfica en que nos hallemos.
El consumo y las mil distracciones de la vida cotidiana no pueden borrar del todo esta realidad. Tampoco consigue su objetivo el negacionismo frente a la cada día más clara destrucción de nuestro hábitat terrestre y único.
Los miedos tampoco son algo nuevo: se han manipulado a lo largo de toda la historia humana, se inventaron unos, se magnificaron otros, y lo peor es que se minimizaron y ocultaron verdaderos riesgos que se concretaron en catástrofes.
Los medios tienen un papel fundamental y determinante en la manipulación de los miedos. Es verificable que la población de nuestra ciudad es altamente vulnerable a esa manipulación. La fiesta irresponsable que culminó en la crisis de 2001 fue festejada con fuegos de artificio de todos colores por los medios, y la población no cobró conciencia del remate que se estaba llevando a cabo hasta la crisis; nuestra complicación en problemas lejanos y extraños también fue celebrada por los medios, y la población estaba encantada con la publicidad mediática, habiendo cobrado conciencia cuando se la vinculó con los terribles actos terroristas sufridos; la indiferencia frente a las muertes de tránsito, los homicidios intrafamiliares y entre conocidos, y la alarma y el pánico ante los homicidios de la inseguridad no son más que otra muestra de clara manipulación mediática o, dicho más sociológicamente, de creación mediática de realidad. ¿Quién motoriza la demanda por la mal llamada baja de la edad de imputablidad?